El peor de todos los poderes
Prólogo
Revisando papales viejos encontré varias de las historias que escribí de adolescente. Entre ellas esta que hoy les presento 😂. Al parecer ya desde mucho antes de comenzar a leer Romántica de época que me interesaban las historias reales de príncipes y castillos . Inconscientemente sabía hacia dónde me iba a dirigir de grande. Espero que les guste esta pequeña historia.
El peor de todos los poderes®
Sube a
la última torre de la izquierda, aturdido. De a ratos se tambalea y choca
contra las paredes sombrías y rugosas que cubren las escaleras. Con dificultad
logra introducir la pesada llave en la cerradura.
Parece
estar ebrio pero solo está irritado.
Las
oxidadas bisagras chirrean ruidosamente al abrirse.
¿Cuánto
tiempo ha permanecido cerrada? No lo recuerda. Ni siquiera recuerda que fue él
mismo quien escondió o “guardó” las llaves en la primera pata lateral de su
cama de cuatro postes. De no haber sido por la furia desatada por su hermano,
jamás la habría encontrado.
Su
habitación sintió su ira. Una ira que necesita apagar antes de cometer
cualquier locura y esa llave, ¡esa maldita llave!, cree que es su salvación.
Abre el
viejo ventanal para que la luz de la luna refleje su poca vida. Todo está como
la última vez.
¿Cuándo
ha sido? No recuerda. Nada recuerda. Ni siquiera sabe por qué está allí. Solo
quiere estar…
El
escritorio de cedro en el centro de la habitación. El reflejo de la luna apenas
logra iluminar unas cuantas hojas en blanco, amarillentas por el paso de los
años; y un tintero vacío.
De
pronto ve una silueta sentada junto al escritorio, escribiendo sobres hojas
viejas. Su ondulado cabello color miel le resultan familiar.
— ¿Por dónde
apareciste? —pregunta asombrado, sin obtener respuesta.
Las
sucias cortinas blancas lo envuelven por una milésima de segundo traídas por un
fuerte viento. Indicio de que una pujante tormenta está pronta a llegar.
La
mujer desapareció. La busca con la mirada por los rincones de la alcoba sin
éxito. Se acerca al escritorio; las hojas continúan en blanco.
Cree
volverse loco. ¡Siente estar loco!
El fin
de ir a la torre es olvidar qué siente por su hermano. No puede seguir
dejándose humillar por él. Tampoco puede decirle la verdad. Decirle que no
llevan la misma sangre real. Que en realidad él no es nadie. No puede hacerlo.
Se lo prometió a alguien, pero ¿a quién? Tampoco lo recuerda.
En
momentos de furia su mente se bloquea y nada puede conseguir de ella. Solo vagos
recuerdos, confusas imágenes…
Un
fuerte relámpago que ilumina el lugar lo obliga a voltearse hacia la cama
cubierta de polvo. Allí la mujer de hace unos instantes atrás mantiene
relaciones con un hombre joven, musculoso. Mientras la mujer mantiene la expresión
en su rostro de gozo, el rostro de él, atónito, ante tal cuadro, comienza a
desfigurarse.
La furia que deseaba apagar aumenta. Comienza
a apoderarse de su cuerpo y solo desea destrozar aquel cuarto como minutos
atrás destruyó el suyo.
— ¡La
reina una cualquiera! —exclama jactado de cólera sin apartar la vista de ellos…
de ella.
Un
gemido mudo y sombrío hace que desvíe sus ojos hacia la derecha de la ventana.
La expresión en su rostro cambia al ver
a la reina con una soga al cuello, colgando de aquella esquina.
Sin
quererlo sus ojos despiden lágrimas.
Sin
comprenderlo todavía, encuentra en su puño apretado una hoja. No recuerda
haberla tomado. La abre. Sus lágrimas caen sobre el papel desfigurando la
prolija y amorosa letra:
“Hijo, quizás algún día comprendas y puedas
perdonarme”.
El perdón es solo un poder de los Dioses y él es solo un ser humano, piensa.
Arruga
el papel en sus manos y lo arroja por la ventana, aunque el vaivén de la
cortina impide que salga de la habitación.
Da un
fuerte golpe al escritorio cargado de rencor…y
recuerda.
Fue a
su padre a quien le prometió guardar silencio y no puede fallarle, a pesar de
creerlo un pobre infeliz por soportar tal engaño.
“Cuando te enamores podrás entenderme, hijo”
No desea enamorarse. Detesta esa palabra. No quiere padecer lo mismo que el rey. El todopoderoso a quien todos creían omnipotente era esclavo del peor de todos los poderes. El maldito amor. Ese estúpido sentimiento que lo obligó a criar como hijo propio a un bastardo, solo por retenerla a ella, a su madre, a su lado; y quitándole al verdadero heredero su corona.
Ser yo esclavo
del amor, ¡jamás!, piensa en voz alta. Y al terminar su pensamiento viene a su
mente el motivo de su ira. Frente a él y estrujando su corazón siente vivir de
nuevo sus largos cabellos de oro y aquellos mágicos e intensos ojos rubí. Sus
delicados labios, su aterciopelada piel cubierta por un fino vestido de satén
blanco. Todo aquel monumento a la hermosura, a la pasión, dedicada a un
bastardo. A quien intentó de mil maneras querer
y considerar un hermano, pero su soberbia, su egoísmo y ella…
especialmente ella, no se lo permiten.
—Tienes
que amarme a mí —susurra, y ese pensamiento afirma los pasos que no desea seguir,
y un segundo más allí, en esa torre, en el palacio con ella disfrazándolo todo
de ideal y el maldito de su hermano transformándolo todo en un castigo que él
no merece, hará que el falle a su padre.
La
decisión está tomada y en aquella misma esquina junto al ventanal, sin dejar
una nota de despedida, el príncipe real, da eternidad a su promesa.
Los
ojos rubí lo lloran desde la puerta en silencio. Mientras, el supuesto
príncipe, tomándola por los hombros piensa en la cena de esa noche. 💔
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